9 de noviembre: visitando aliens

Despertamos viendo las montañas nevadas y el lago ¡Qué espectáculo! Reponemos fuerzas desayunando en el Polo Norte y sacamos el coche del parking de los Autos Locos. Dirección: Gruyères. Subimos a la ladera de Montreaux para coger la autovía y aprovechamos para unas últimas fotos de este precioso sitio. 


Pero antes de llegar nos desviamos a Broc a ver la fábrica de chocolate de Cailler, famosa en el mundo entero excepto para mí. Aparcamos en un enorme parking externo y pa dentro. Doce pavos por persona porque hay una máquina parada por limpieza y no se puede ver. Te explican de dónde viene el cacao, que Carlos V era un apasionado de él, que Hernán Cortés un cabronazo... hasta llegar a los siglos XIX y XX donde se juntan Cailler y otras con Nestlé, en la depresión del 29, y se formó la actual compañía. Tras un poco de historia y de ver de dónde viene cada ingrediente, y de un tipo canadiense haciendo muñecos de chocolate llega el momento de probar todo lo que quieras. Al ser todos con leche, como suele ser en toda suiza, están muy ricos.



Una vez saciados para una larga temporada de chocolate, salimos en dirección a la Fromagerie de Gruyéres pero llegamos tarde para ver la demostración de cómo lo hacen y decidimos volver mañana. Con esas, vamos al pueblo. Importante decir que no puedes meter el coche dentro y tienes que aparcar abajo y subir con las maletas para llegar al hotel Gruyéres Rooms. El primo suizo de Marilyn Manson nos da la mejor habitación, la uno. Grande, con un baño enorme y con vistas a la plaza.

Bueno, salimos al pueblo a verlo: la plaza con la fuente, el Calvario, el lavadero y muchas tiendas que llevan a una cuesta que tras una arcada te deja en el Museo Ginger, el escultor de Alien. Frente a él, un garito con motivos alienígenas. Detrás del museo, otro dedicado ¡al Tibet! Será por las montañas. Y  al final, la joya de este cantón, el Castillo. Merece mucho la pena, si vienes no te lo puedes perder. Solo 12  francos. Te lleva una hora pero repito que no te arrepentirás.

Terminamos y bajamos al pueblo a comer al restaurante del hotel donde nos atiende una chica caboverdiana sin idea de inglés y a la que podemos entender con mi escaso francés. Pero por suerte nos trae a Olga, un encanto vallisoletano que estudia aquí y trabaja en la cocina y nos prepara dos fondues: una natural y otra de trufa. Excelentes.


Dejamos a Olga y hasta que anochezca, que es enseguida, tomamos un chocolate y damos el último paseo para terminar en el garito de los aliens. La cerveza Balts es cojonuda. Siete francos. Al salir, nos despide la novia de Ginger que nos cuenta su vida, en perfecto español, y nos desea buenos noches. Pues sí, que ya son ¡las siete de la tarde!




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